4 ene 2014

Nocturno de la Sangre - El Loco -

El Loco 
 “¿Cuál? ... ¿Cuál es la verdadera voz?” 

El continuo chirriar de los engranajes se clavaba punzante en su mente, el sudor de su frente era cada vez más espeso y el sofocante humo que inundaba la estancia impedía que sus ojos pudieran abrirse con normalidad.
Pero allí estaba ella, atabiada con un gran delantal mezcla de noche y muerte, que cubría todo su cuerpo y sosteniendo en su diestra unas tenazas chorreantes.

-Y deseo ser tu ángel vengador ... Y surcar los cielos junto a ti, mi creador ... -Cantaba la joven mientras continuaba su laboriosa tarea -Porque tú, mi amado ... hoy me has mostrado ... - La suave canción se enmudeció tras es sonido de unos golpes secos y contundentes .
- Está abierto, puedes pasar . -Gritó ella al tiempo que depositaba las tenazas en una mesa de metal.

La puerta que se encontraba al fondo de la estancia comenzó a abrirse y parte de la humareda se disipó rápidamente, provocando una fuerte tos en la persona que se encontraba al otro lado de esta.

- Lady Marian - Clamó la voz que se ocultaba tras la aún espesa cada de bao . - Creo que debería ver esto.
- ¿De qué se trata, Damián ? - Susurró la muchacha, al tiempo que comenzaba a quitarse el delantal con suma delicadeza.

 La silueta que se encontraba en el otro extremo de la sala comenzó a acercarse a su señora y su forma se hizo ahora más opaca.
Se trataba de un hombre corpulento, sin pelo en la cabeza pero compensado con una gran barba rufa de la que colgaban dos enormes trenzas.                                              
Su cuerpo se cubria con un traje completamente blanco que, a causa del vapor, estaba comenzando a tornar gris.
Cuando hubo llegado frente a la muchacha, extendió el objeto que sujetaba con ambas manos y se inclinó ligeramente a modo de reverencia. Se trataba de el Die Welt, un famoso diario, y hoy mostraba en portada un suceso bastante inusual.

- Veamos ... - susurró Marian al tiempo que lo sujetaba

La muchacha comenzó a leer y sus ojos, antes apagados comenzaron a llenarse de ira .

- Cómo se atreven... - susurró entre dientes - ¡Damián!
- ¿Sí, mi señora ?
- Continúa el trabajo, y al terminar, se discreto. - Dijo Marian mientras se dirigía apresuradamente hacia la puerta y dejaba caer el diario al suelo con brusquedad.

Tras su salida, Damian se acercó a la puerta y recogió lo que su señora había tirado, la cerró con suavidad y la estancia comenzó nuevamente a empañarse con la humareda .

- ¿Por qué habrá enfurecido tanto a la heredera de la familia Stroheim algo tan nimio como esto? - Se preguntó al tiempo que miraba la noticia que hace unos instantes había logrado eclipsar la serenidad de Marian.
Todo cuanto pudo leer antes de que las palabras desaparecieran a causa de la improvisada niebla fue “ [La Bestia vuelve a matar] Esta vez las desafortunadas víctimas de este despiadado asesino fueron una pareja de ancianos que vivían en la calle Alfeld, ambos encontrados completamente descuartizados en su dormitorio ...”
Depositando el diario en una de las múltiples mesas de metal que adornaban la sala, dirigió nuevamente sus pasos hasta donde antes se encontraba su señora y, cogiendo las tenazas que ella había depositado, miró a los ojos al hombre que se encontraba sentado frente a él, un hombre con la mirada perdida en sus recuerdos, posiblemente mucho más felices que los de ahora, atado firmemente a una silla de metal anclada al suelo y con la ropa completamente rasgada y ensangrentada. Su lengua, ahora depositada junto a las tenazas le hizo recordar a Damian los tormentos que tuvo que soportar cuando decidió, hace más de diez años, entrar en la mansión de los Stroheim sin haber sido invitado.

Con un leve suspiro volvió a introducir las tenazas en el femur ya desgarrado y fragmentado de la víctima y haciendo presión consiguió que tras un fuerte crujido el hueso se partiera completamente.
El rostro del hombre no cambió, seguramente llevaba un buen rato desmayado a causa del dolor, o tal vez el espectáculo que le había tocado vivir fue tan violento que su mente no pudo soportarlo y se sumió en un profundo pozo de locura.
Continuó presionando el hueso hasta que parte de este restalló y un fuerte chorro de sangre comenzó a brotar de la herida.
Cuando se hubo cerciorado de que la pierna del joven estaba completamente destrozada volvió a dejar las tenazas en el lugar del que las había cogido para más tarde extender su mano hacia unas punzantes tijeras con las que acto seguido arrancó un dedo de su miembro casi inherte.

- Espero, señores Hessel, que les guste el regalo que Lady Marian les envia ... - musitó entre dientes mientras caminaba despacio en dirección a la pesada puerta de metal.

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