Érase
una vez, en un reino muy lejano ...
Un
jóven doncel sentía que su vida se encontraba llena de desdicha.
Como cada noche, aquel muchacho se metía en la cama con la esperanza
de conciliar el sueño, y como cada noche, le resultaba imposible
dormir más de una o dos horas. Aquella extraña tradición que se
había apoderado de su mente poco a poco había empezado a devorarle
hasta llevarle a una irremediable locura.
Su
padre, un importante noble de la ciudad había traído palacio a los
mejores médicos y curanderos de la zona, pero ninguno había sido
capaz de averiguar la causa que impedía que el joven pudiera
descansar.
Un
día, una bruja vestida con un túnica del color de la noche llegó a
la ciudad, causando un gran revuelo entre el vulgo, pues todas las
personas que habían ido a visitarla habían regresado a casa con una
excelente salud por muy extraña que fuera su enfermedad.
Aquellos
rumores llegaron a oídos del noble, quien inmediatamente la mandó
llamar a pesar de que sus consejeros le habían avisado de que las
brujas no eran de fiar y nunca habían conocido a ninguna que diera
nada sin pedir algo a cambio de igual o mayor valor.
La
anciana entró aquella mañana en el cuarto donde se encontraja el
joven recostado, con una terribles ojeras y una tez tan pálida que
parecía haber pasado semanas castigado por las frías brumas de las
montañas del norte. Tras una larga observación la anciana se
dirigió al padre del joven y le dijo .
-
Lo que le ocurre a su hijo, señor, es que su alma anhela
desesperadamente ser libre, pero su mente, prisionera bajo los
gruesos muros de este palacio se niega a concedérselo, y tiene miedo
de que, si en algún momento esta llegara a soñar, se perdiera para
siempre en los confines de la imaginación y nunca más regresara a
donde cree que debe estar.
Al
principio el noble no comprendió esta frase, pensaba que no eran más
que las divagaciones de una anciana descarriada y ordenó que la
expulsaran del palacio y de la ciudad.
A
los pocos días, tal y como la anciana había dicho, el joven cayó
presa de un profundo sueño del que no despertó a la mañana
siguiente, ni a la otra ... Pasaron los días, las semanas y el padre
angustiado envió a su mejor caballero, Sir Gallad, a buscar a la
anciana y traerla de vuelta.
El
caballero ensilló su vigoroso corcel y cogió los sacos de oro que
le habían dado para su misión, uno para el viaje y otro para la
anciana a cambio de que regresara y trajera de vuelta a su amado
hijo.
Las
noches se sucedían mientras Sir Gallad buscaba el paradero de
aquella desconocida, la fortuna se iba gastando y el tiempo cada vez
iba siendo un adversario más duro.
Tras
dos intensas semanas de búsqueda, cuando el caballero hubo perdido
ya toda esperanza el suave fluír del agua le sacó de sus
pensamientos y decidió que debería dejar por un momento su deber y
centrarse un poco en su propia persona. Lo primero que debería hacer
era darse un buen baño, pues hacía días que no había derramado
agua sobre su cuerpo salvo para beber y a fin de cuentas,parte del
deber de un caballero también es dar una impresión elegante en
honor a aquel a quien sirve.
Con
esta idea en mente ató su caballo a un árbol cercano, se quitó la
armadura y se dispuso a darse un baño junto a una cascada que fluía
no muy lejos de donde se encontraba. Mientras se aseaba una suave
melodía llegó a sus oídos, una voz dulce y melancólica que trajo
a su mente los recuerdos más felices de su infancia. Esbozando una
mueca de sonrisa de forma subconsciente, comenzó a nadar en la
dirección de la cual provenía ese sonido, y tras unos matorrales
pudo observar ensimismado como una hermosa joven estaba dando de
comer a una pareja de ciervos recién nacidos mientras entonaba la
canción que tanto había llamado su atención.
Intentando
hacer el menor ruido posible volvió a toda prisa a donde se
encontraba su ropa, se la puso de nuevo, montó en su caballo y,
rodeando la cascada llegó hasta el lugar donde había escuchado
cantar a la joven, no obstante ese lugar estaba vacío, tanto la
misteriosa dama como la pareja de ciervos se había ido y en su lugar
sólo un poco de tierra revuelta y los restos de pisadas de los
animales ayudaron a Sir Gallad a creer que ese encuentro no había
sido producto de su imaginación.
Confundido
y atormentado el caballero continuó su camino hasta que llegar a un
frondoso bosque cubierto por la niebla.
El
caballo se resistía a dar un paso más por mucho que él insistiera
en continuar avanzando así que no tuvo más remedio que continuar su
viaje a pie.
Pocos
minutos habían pasado, aunque a él le parecieron varias horas, pues
preso de la más absoluta oscuridad su noción del tiempo se había
visto completamente distorsionada.
El
caballero vislumbró una tenue luz en la profundidad de aquella
noche, y sus pies, guiados por una fuerza invisible e incontrolable
corrieron en aquella dirección.
La
luz provenía de las llamas que calentaban un enorme caldero rojo
junto al cual, la anciana que llevaba semanas buscando se encontraba
machacando varios tipos de hojas, raíces y restos de animales.
Sin
apenas aliento Sir Gallad extendió su diestra mostrando la bolsa de
monedas de oro que su señor le había entregado y pidiéndole que
por favor regresara al castillo para sanar al joven señor.
La
anciana negó con la cabeza diciendo que ella ya nada podía hacer
por aquel pobre muchacho, pues el frío mundo en el que había
crecido había destrozado tanto su mente y su alma que estos se
negaban a volver de nuevo a aquellas paredes y preferían las
libertad eterna del mundo de los sueños.
Sir
Gallad, desilusionado, dejó caer la bolsa de monedas de oro, cuyo
sonido se extendió por todo el bosque , desvaneciéndose poco a poco
del mismo modo que lo harían las esperanzas de su señor cuando
supiera de la terrible noticia.
Cuando
se disponía a girarse para partir de nuevo a su hogar la anciana le
dijo una última cosa . - Si consigues encontrar algo que para el
muchacho sea más importante que el mundo en el que ahora se halla
sumido tal vez, sólo tal vez, puedas hacerle regresar, no obstante,
si lo consigues, serás el primero, pues nunca nadie ha logrado
encontrar nada de este mundo en decadencia que merezca la pena tanto
como para hacer regresar a una persona de su propio paraíso.
Estas
palabras dieron un atisbo de esperanza al caballero, que tras salir
de aquel bosque decidió continuar su búsqueda, esta vez en aquello
que fuera lo más importante para una persona como el joven señor.
Hizo
noche nuevamente en el bosque y durante ese tiempo un extraño sueño
se apoderó de él. Soñó que caía en un abismo oscuro, que todos
sus miedos cobraban vida, soñó que se encontraba solo y
desprotejido, y como un inmenso manto de oscuridad comenzaba a
apoderarse de él, entonces una suave voz se alzó entre sus gritos
de desesperación, una voz cálida y placentera, una voz que le
resultaba vágamente familiar y que poco a poco estaba disipando todo
resquicio de oscuridad que quedara en su mente.
Instantes
después despertó, cubierto de su propio sudor y con el corazón
latiéndole de un modo exacerbado, pero con una sonrisa de
satisfacción en su cara, pues había encontrado aquello que podía
salvar al joven señor, o eso es lo que creía, pues si ella no lo
lograba, no sabía qué más podía hacer.
Así
pues, con un nuevo objetivo en mente, se dispuso a buscar a la joven
de la cascada con todo su afán.
Los
días se sucedían y la joven no aparecía, cada vez la idea de que
aquello no hubiera sido más que una mala pasada de su imaginación
cobraba más fuerza y el deseo de regresar de nuevo al hogar diciendo
que no había sido capaz de cumplir su cometido era más y más
fuerte, pues hacía tiempo que había gastado todas sus provisiones y
el resto de monedas lo guardaba para el arduo viaje de vuelta.
Lo
había probado todo, llamar a la misteriosa joven a gritos, esperar
de nuevo en las frías aguas de la cascada varias horas, dormir en la
zona donde la había creído ver, pero nada había dado resultado, al
parecer esa misteriosa joven no era más que un producto de su
imaginación.
Dejándose
caer del caballo, con la vista ya nublada por el hambre y los labios
secos y cuarteados escuchó unos pasos no a lo lejos, parecían
varias personas y a juzgar por el sonido cada vez más fuerte de
estos, se estaban acercando.
Se
incorporó lo más rápido que su condición le permitió y con el
tiempo justo para ver que aquellos pasos provenian de tres individuos
de aspecto desgarbado y espadas oxidadas que mostraban sonrísas
macabras y desdentadas.
Alzando
su espada ofreció a su señor esta batalla y se lanzó hacia ellos
con furia.
La
primera sangre la provocó él, clavando su espada en el costado del
hombre que se encontraba en frente mientras los demás intentaban
rodearle. A juzgar por su forma de blandir las armas no eran más que
salteadores de poca monta, pero incluso así en las condiciones en
las que se encontraba no podía permitirse el más ligero descuido.
Mientras
el primero se llevaba las manos al costado presa del dolor y gritaba
desconsolado, el que se había acercado por la derecha lanzó una
estocada con fuerza hacia el hombro del caballero, que no logró dar
en su objetivo más de lo que un borracho habría atinado a una mosca
a cien metros.
Con
un rápido movimiento de muñeca ambos filos chocaron y la espada
burda y desgastada del salteador salió volando por los aires. Presa
del pánico este emprendió la huída mientras el tercero, un poco
más diestro que su compañero ofrecía mucha más resistenciaa,
aunque no la suficiente para un caballero adiestrado desde su más
tierna infancia en el arte del combate, así pues, a los pocos
minutos, el asaltante que quedaba en pie se unía en carrera a su
compañero, y menos mal que así fue ya que de otro modo hubiera
escuchado el rugir del acero atravesando la piel y la carne del
caballero por aquel que en un principio creía muerto.
Con
los ojos completamente abiertos Sir Gallad se giró lentamente sólo
para ver como su atacante caía al suelo inerte esbozando una mueca
de satisfacción.
Gravemente
herido, hambriento, sediento, cansado y sin haber cumplido su
cometido, Sir Gallad sabía que este era el final de su viaje y se
maldijo a sí mismo por no haber sido capaz de salvar al joven
maestro.
Cuando
la vista, el olfato, el tacto y el gusto le hubieron abandonado,
escuchó una suave melodía que provenía de algún lugar de su
mente, la misma que tiempo atrás le hubo traído recuerdos de su
infancia, esta vez le mostraba recuerdos del tiempo que había pasado
con el joven maestro, jugando, riendo, entrenando... creciendo con
él.
Sus
ojos comenzaron a vislumbrar figuras opacas y borrosas, siluetas
ondeantes bajo los finos haces de luz de la mañana y una figura
comenzó a tomar forma. Era la figura de la joven anteriormente había
visto junto a la cascada, era real, se encontraba sentada junto a su
cuerpo acariciando su cabello y cantando una hermosa melodía.
Sir
Gallad sabía que no le quedaba mucho tiempo y con las últimas
fuerzas que pudo reunir explicó a la joven el motivo de su viaje, le
entregó la bolsa de monedas de oro y le pidió un único y último
favor.
Tras
esto el noble caballero cerró los ojos y se adentró lentamente en
el mundo de las sombras.
[...]
-
Han pasado varios años desde aquel suceso hijo mío, y del mismo
modo que mi padre me contó a mí esta historia años atrás en esta
fecha tan señalada, yo te la cuento hoy a ti ahora, que eres lo
suficientemente mayor como para poder comprenderla. Por eso, cada
año, en estas fechas se celebra el día en honor a Sir Gallad, un
leal caballero y un modelo a seguir cuyo valor y determinación
salvaron la vida de tu abuelo, y por eso se yergue en la plaza
central esa enorme estátua en su honor, para recordarnos a todos que
el verdadero valor de un caballero no se mide por el número de
enemigos caídos en el campo de batalla sino por el tiempo que su
nombre perdura en el mundo tras su muerte.