16 dic 2012

La Leyenda de Sir Gallad

Érase una vez, en un reino muy lejano ...

Un jóven doncel sentía que su vida se encontraba llena de desdicha. Como cada noche, aquel muchacho se metía en la cama con la esperanza de conciliar el sueño, y como cada noche, le resultaba imposible dormir más de una o dos horas. Aquella extraña tradición que se había apoderado de su mente poco a poco había empezado a devorarle hasta llevarle a una irremediable locura.

Su padre, un importante noble de la ciudad había traído palacio a los mejores médicos y curanderos de la zona, pero ninguno había sido capaz de averiguar la causa que impedía que el joven pudiera descansar.

Un día, una bruja vestida con un túnica del color de la noche llegó a la ciudad, causando un gran revuelo entre el vulgo, pues todas las personas que habían ido a visitarla habían regresado a casa con una excelente salud por muy extraña que fuera su enfermedad.

Aquellos rumores llegaron a oídos del noble, quien inmediatamente la mandó llamar a pesar de que sus consejeros le habían avisado de que las brujas no eran de fiar y nunca habían conocido a ninguna que diera nada sin pedir algo a cambio de igual o mayor valor.

La anciana entró aquella mañana en el cuarto donde se encontraja el joven recostado, con una terribles ojeras y una tez tan pálida que parecía haber pasado semanas castigado por las frías brumas de las montañas del norte. Tras una larga observación la anciana se dirigió al padre del joven y le dijo .

- Lo que le ocurre a su hijo, señor, es que su alma anhela desesperadamente ser libre, pero su mente, prisionera bajo los gruesos muros de este palacio se niega a concedérselo, y tiene miedo de que, si en algún momento esta llegara a soñar, se perdiera para siempre en los confines de la imaginación y nunca más regresara a donde cree que debe estar.

Al principio el noble no comprendió esta frase, pensaba que no eran más que las divagaciones de una anciana descarriada y ordenó que la expulsaran del palacio y de la ciudad.

A los pocos días, tal y como la anciana había dicho, el joven cayó presa de un profundo sueño del que no despertó a la mañana siguiente, ni a la otra ... Pasaron los días, las semanas y el padre angustiado envió a su mejor caballero, Sir Gallad, a buscar a la anciana y traerla de vuelta.

El caballero ensilló su vigoroso corcel y cogió los sacos de oro que le habían dado para su misión, uno para el viaje y otro para la anciana a cambio de que regresara y trajera de vuelta a su amado hijo.

Las noches se sucedían mientras Sir Gallad buscaba el paradero de aquella desconocida, la fortuna se iba gastando y el tiempo cada vez iba siendo un adversario más duro.
Tras dos intensas semanas de búsqueda, cuando el caballero hubo perdido ya toda esperanza el suave fluír del agua le sacó de sus pensamientos y decidió que debería dejar por un momento su deber y centrarse un poco en su propia persona. Lo primero que debería hacer era darse un buen baño, pues hacía días que no había derramado agua sobre su cuerpo salvo para beber y a fin de cuentas,parte del deber de un caballero también es dar una impresión elegante en honor a aquel a quien sirve.

Con esta idea en mente ató su caballo a un árbol cercano, se quitó la armadura y se dispuso a darse un baño junto a una cascada que fluía no muy lejos de donde se encontraba. Mientras se aseaba una suave melodía llegó a sus oídos, una voz dulce y melancólica que trajo a su mente los recuerdos más felices de su infancia. Esbozando una mueca de sonrisa de forma subconsciente, comenzó a nadar en la dirección de la cual provenía ese sonido, y tras unos matorrales pudo observar ensimismado como una hermosa joven estaba dando de comer a una pareja de ciervos recién nacidos mientras entonaba la canción que tanto había llamado su atención.

Intentando hacer el menor ruido posible volvió a toda prisa a donde se encontraba su ropa, se la puso de nuevo, montó en su caballo y, rodeando la cascada llegó hasta el lugar donde había escuchado cantar a la joven, no obstante ese lugar estaba vacío, tanto la misteriosa dama como la pareja de ciervos se había ido y en su lugar sólo un poco de tierra revuelta y los restos de pisadas de los animales ayudaron a Sir Gallad a creer que ese encuentro no había sido producto de su imaginación.

Confundido y atormentado el caballero continuó su camino hasta que llegar a un frondoso bosque cubierto por la niebla.
El caballo se resistía a dar un paso más por mucho que él insistiera en continuar avanzando así que no tuvo más remedio que continuar su viaje a pie.
Pocos minutos habían pasado, aunque a él le parecieron varias horas, pues preso de la más absoluta oscuridad su noción del tiempo se había visto completamente distorsionada.
El caballero vislumbró una tenue luz en la profundidad de aquella noche, y sus pies, guiados por una fuerza invisible e incontrolable corrieron en aquella dirección.
La luz provenía de las llamas que calentaban un enorme caldero rojo junto al cual, la anciana que llevaba semanas buscando se encontraba machacando varios tipos de hojas, raíces y restos de animales.

Sin apenas aliento Sir Gallad extendió su diestra mostrando la bolsa de monedas de oro que su señor le había entregado y pidiéndole que por favor regresara al castillo para sanar al joven señor.

La anciana negó con la cabeza diciendo que ella ya nada podía hacer por aquel pobre muchacho, pues el frío mundo en el que había crecido había destrozado tanto su mente y su alma que estos se negaban a volver de nuevo a aquellas paredes y preferían las libertad eterna del mundo de los sueños.

Sir Gallad, desilusionado, dejó caer la bolsa de monedas de oro, cuyo sonido se extendió por todo el bosque , desvaneciéndose poco a poco del mismo modo que lo harían las esperanzas de su señor cuando supiera de la terrible noticia.

Cuando se disponía a girarse para partir de nuevo a su hogar la anciana le dijo una última cosa . - Si consigues encontrar algo que para el muchacho sea más importante que el mundo en el que ahora se halla sumido tal vez, sólo tal vez, puedas hacerle regresar, no obstante, si lo consigues, serás el primero, pues nunca nadie ha logrado encontrar nada de este mundo en decadencia que merezca la pena tanto como para hacer regresar a una persona de su propio paraíso.

Estas palabras dieron un atisbo de esperanza al caballero, que tras salir de aquel bosque decidió continuar su búsqueda, esta vez en aquello que fuera lo más importante para una persona como el joven señor.

Hizo noche nuevamente en el bosque y durante ese tiempo un extraño sueño se apoderó de él. Soñó que caía en un abismo oscuro, que todos sus miedos cobraban vida, soñó que se encontraba solo y desprotejido, y como un inmenso manto de oscuridad comenzaba a apoderarse de él, entonces una suave voz se alzó entre sus gritos de desesperación, una voz cálida y placentera, una voz que le resultaba vágamente familiar y que poco a poco estaba disipando todo resquicio de oscuridad que quedara en su mente.

Instantes después despertó, cubierto de su propio sudor y con el corazón latiéndole de un modo exacerbado, pero con una sonrisa de satisfacción en su cara, pues había encontrado aquello que podía salvar al joven señor, o eso es lo que creía, pues si ella no lo lograba, no sabía qué más podía hacer.

Así pues, con un nuevo objetivo en mente, se dispuso a buscar a la joven de la cascada con todo su afán.

Los días se sucedían y la joven no aparecía, cada vez la idea de que aquello no hubiera sido más que una mala pasada de su imaginación cobraba más fuerza y el deseo de regresar de nuevo al hogar diciendo que no había sido capaz de cumplir su cometido era más y más fuerte, pues hacía tiempo que había gastado todas sus provisiones y el resto de monedas lo guardaba para el arduo viaje de vuelta.

Lo había probado todo, llamar a la misteriosa joven a gritos, esperar de nuevo en las frías aguas de la cascada varias horas, dormir en la zona donde la había creído ver, pero nada había dado resultado, al parecer esa misteriosa joven no era más que un producto de su imaginación.


Dejándose caer del caballo, con la vista ya nublada por el hambre y los labios secos y cuarteados escuchó unos pasos no a lo lejos, parecían varias personas y a juzgar por el sonido cada vez más fuerte de estos, se estaban acercando.

Se incorporó lo más rápido que su condición le permitió y con el tiempo justo para ver que aquellos pasos provenian de tres individuos de aspecto desgarbado y espadas oxidadas que mostraban sonrísas macabras y desdentadas.

Alzando su espada ofreció a su señor esta batalla y se lanzó hacia ellos con furia.

La primera sangre la provocó él, clavando su espada en el costado del hombre que se encontraba en frente mientras los demás intentaban rodearle. A juzgar por su forma de blandir las armas no eran más que salteadores de poca monta, pero incluso así en las condiciones en las que se encontraba no podía permitirse el más ligero descuido.

Mientras el primero se llevaba las manos al costado presa del dolor y gritaba desconsolado, el que se había acercado por la derecha lanzó una estocada con fuerza hacia el hombro del caballero, que no logró dar en su objetivo más de lo que un borracho habría atinado a una mosca a cien metros.

Con un rápido movimiento de muñeca ambos filos chocaron y la espada burda y desgastada del salteador salió volando por los aires. Presa del pánico este emprendió la huída mientras el tercero, un poco más diestro que su compañero ofrecía mucha más resistenciaa, aunque no la suficiente para un caballero adiestrado desde su más tierna infancia en el arte del combate, así pues, a los pocos minutos, el asaltante que quedaba en pie se unía en carrera a su compañero, y menos mal que así fue ya que de otro modo hubiera escuchado el rugir del acero atravesando la piel y la carne del caballero por aquel que en un principio creía muerto.

Con los ojos completamente abiertos Sir Gallad se giró lentamente sólo para ver como su atacante caía al suelo inerte esbozando una mueca de satisfacción.

Gravemente herido, hambriento, sediento, cansado y sin haber cumplido su cometido, Sir Gallad sabía que este era el final de su viaje y se maldijo a sí mismo por no haber sido capaz de salvar al joven maestro.

Cuando la vista, el olfato, el tacto y el gusto le hubieron abandonado, escuchó una suave melodía que provenía de algún lugar de su mente, la misma que tiempo atrás le hubo traído recuerdos de su infancia, esta vez le mostraba recuerdos del tiempo que había pasado con el joven maestro, jugando, riendo, entrenando... creciendo con él.

Sus ojos comenzaron a vislumbrar figuras opacas y borrosas, siluetas ondeantes bajo los finos haces de luz de la mañana y una figura comenzó a tomar forma. Era la figura de la joven anteriormente había visto junto a la cascada, era real, se encontraba sentada junto a su cuerpo acariciando su cabello y cantando una hermosa melodía.

Sir Gallad sabía que no le quedaba mucho tiempo y con las últimas fuerzas que pudo reunir explicó a la joven el motivo de su viaje, le entregó la bolsa de monedas de oro y le pidió un único y último favor.

Tras esto el noble caballero cerró los ojos y se adentró lentamente en el mundo de las sombras.

[...]

- Han pasado varios años desde aquel suceso hijo mío, y del mismo modo que mi padre me contó a mí esta historia años atrás en esta fecha tan señalada, yo te la cuento hoy a ti ahora, que eres lo suficientemente mayor como para poder comprenderla. Por eso, cada año, en estas fechas se celebra el día en honor a Sir Gallad, un leal caballero y un modelo a seguir cuyo valor y determinación salvaron la vida de tu abuelo, y por eso se yergue en la plaza central esa enorme estátua en su honor, para recordarnos a todos que el verdadero valor de un caballero no se mide por el número de enemigos caídos en el campo de batalla sino por el tiempo que su nombre perdura en el mundo tras su muerte.