4 ene 2014

Nocturno de la Sangre - El Juicio -

El Juicio 
"¿Te crees con derecho a sentarte en el trono del cielo?"

Una fuerte sacudida en el pecho fue todo lo que pudo sentir Kamil momentos antes de que un dolor estremecedor recorriera todo su cuerpo y le obligara a frenar en seco haciendole caer de bruces al suelo.
Con los brazos cubriéndose el estómago y una sensación de ardor que comenzaba a subir por su garganta, se percató de que había subestimado a su rival. Este descuido le había costado una enorme patada en la boca del estómago en el momento en que el joven se había lanzado contra el anciano.

-¿Ya has terminado chiquillo? - Masculló Abelard al tiempo que recogía lentamente la pierna que hasta hace un momento seguía suspendida en el aire. - Parece que no eres tan peligroso como la gente cree, o es que tal vez sólo te has enfrentado a vagabundos y pordioseros.

-¿Cómo es posible que un vejestorio como tú....? - Respondió Kamil al tiempo que se levantaba y comenzaba a dar tumbos adentrándose en la oscuridad del estrecho callejón.

- Las apariencias engañan jovencito. Aunque en tu caso, me temo que han hecho una excepción.

Kamil se acurrucó en la parte derecha del callejón, alejado de la poca luz que aún bañaba aquel lugar, con la esperanza de que el anciano tuviera dificultades para distinguirle entre las sombras.
Su respiración empezó a relajarse, el dolor inicla había desaparecido y la sensación de vómito ahora era tan sólo una ligera molestia; pero lo que más le angustiaba era el miedo subconsciente que poco a poco empezaba a apoderarse de él.
Ese miedo que siente el antílope cuando presagia que le ronda un poderoso depredaror. Un miedo que no había sentido desde hacía muchos años, desde aquel día en el que su mundo oscureció.

El sonido de los pasos del anciano adentrándose en la oscuridad ponían cada vez más nervioso al asesino, y llevar varias horas sin probar vocado no jugaba a su favor.

- ¡Te escondes como la sucia rata que eres! ¿No decías que ibas a matarme? ¡Sigo esperando!

Kamil, al escuchar estas palabras entró en un estado de rabia que hizo que olvidara el miedo y el dolor, y se lanzara hacia su adversario con un grito de desesperación.

- ¡Te mataré! ¡Te mataré! ¡Te mataré! - Gritaba exasperado al tiempo que arremetía contra su presa con todas sus fuerzas.

Cada puñetazo o patada que lanzaba parecía acertar en el blanco, sin embargo, un instante antes de sentir
el golpe, todo lo que el joven alcanzaba a experimentar era un enorme vacío donde antes se encontraba su oponente.
Varios puñetazos, arañazos y embestidas erradas dejaron a Kamil casi extenuado y con una rabia que comenzaba a consumirle cada vez más. Abelard sólo necesitó un fuerte puñetazo en el mentón para hacer retroceder a Kamil y que este cayera al suelo aturdido tras golpearse contra la pared.

- Esto es una pérdida de tiempo, niño. - Replicó Abelard al tiempo que comenzaba a relajar sus músculos y a exhalar léntamente el aire de sus pulmones. - Está claro que jamás te has enfrentado a nadie que opusiera resistencia, y para tu pesar, la primera vez ha tenido que ser con un veterano de guerra.
Pero me siento magnánimo, lárgate de esta ciudad y olvidaré lo que ha ocurrido.

Abelard comenzó a girarse y se dispuso a caminar de nuevo hacia la luz cuando un grito parecido al de una fiera enfurecida le hizo volverse rápidamente.

Kamil había comenzado a correr hacia él. La sagre que enamaba de sus labios producto del puñetazo anterior se deslizaba siseante por su barbilla y comenzaba a perderse entre su ropa al llegar a la altura de su cuello.

Cómo un animal acorralado, el muchacho saltó con todas sus fuerzas con la intención de que su peso y la inercia pudieran derribar al anciano, pero todo lo que consiguió fue caer de bruces contra el suelo y sentir un punzante dolor en el hombro en el momento en el que se dio cuenta de que su brazo derecho estaba atrapado entre las piernas de aquel hombre que ahora lo tenía tendido en el asfalto con las rodillas apretando fuertemente su cuello y su antebrazo.

El jóven intentó patalear, desembarazarse de aquella presa, mas todo lo que conseguía era aumentar el dolor en el cuello y el hombro. Sentía que su brazo iba a desprenderse de su cuerpo y su visión, cada vez más borrosa le advertía que estaba a punto de perder el conocimiento.

En ese instante, un chasquido y un grito de dolor lograron que el Kamil sintiera como la fuerza del hombre disminuía drásticamente, momento en el cual, haciendo acopio de toda la fuerza que le quedaba logró zafarse y arrastrándose hacia las profundidades de la oscuridad, levantarse de nuevo .

- ¡Maldito seas crio del demonio... ! - Clamó Abelard al tiempo que con ambas manos hacía presión en su costado izquierdo.

Alejándose unos metros de la oscuridad que les envolvía e aquel momento, el anciando se dirigió a la luz para comprobar cómo sus sospechas no eran erroneas.

Sus manos habían comenzado a ponerse pegajosas, y un líquido carmesí comenzaba a teñir su ropa a gran velocidad.

El joven Kamil también comenzó a acercarse a la luz, mostrando una hoja de metal llena de herrumbre que ahora comenzaba a llorar lentamente lágrimas escarlata.

- No me gusta usar armas contra presas vivas, pero no me has dejado elección. - Respondió el muchacho al tiempo que su rostro comenzaba a esbozar una mueca de satisfacción.

Volviendo de nuevo a la oscuridad, esperó observando a su presa fíjamente. Sabía que él vendría, ahora estaba enfadado y querría terminar lo que había empezado, o por lo menos, devolverle toda la sangre que le había hecho derramar; y en el peor de los casos, si él decidía huir, siempre podría perseguirle y continuar haciendo agujeros en su ya viejo cuerpo.

Abelard apretó fuertemente los dientes y dio un primer paso hacia donde se encontraba aquel al que llamaban La Bestia.

Pero algo detuvo su avance, un sonido seco y regular que venía del mismo camino que él había usado para llegar hasta aquí. Aquel sonido era parecido al de los latidos de un corazón,; estaba claro que era un sonido de pisadas, pero eran demasiado metódicas, demasiado uniformes.

Abelard sabía que no debía hacerlo, pero no tenía elección y comenzó a girarse lentamente en la dirección de la que provenía aquel sonido.

En ese instante, Kamil, demasiado concentrado en su enemigo como para haber sentido lo que ocurría a su alrededor, comenzó a correr hacia él, pero se detuvo en seco en el momento en el que un dolor punzante penetró en su brazo.
Su inercia le hizo avanzar unos pasos más, lo suficiente para que los reflejos de la luz mostraran al joven que un dardo acababa de clavarse en su brazo izquierdo.

Presa de la confusión, Kamil intentó volver a la oscuridad, pero sólo pudo dar dos o tres pasos antes de desplomarse inconsciente.

[...]

Una enorme silueta comenzó a emerger del horizonte. Las tremolantes luces que apenas lograban iluminar el camino, mostraban a un hombre corpulento, ataviado con una túnica del color de la sangre que apenas dejaba ver unas enormes botas y un rostro marcado por innumerables cicatrices.

El hombre comenzó a acercarse a los condendientes con la mirada fija en el joven que en esos momentos se  encontraba desmayado.

Unos momentos antes de adentrarse en la oscuridad sintió un tirón en la espalda, lo cual le obligó a detenerse y a girarse a tiempo de observar cómo Abelard, con las manos aún manchadas de sangre, agarraba fuertemente su túnica.

- No sé quién eres. - Musitó el anciano. - Pero esto es entre él y yo, no se ocurra inmiscuirte.

Sin mediar palabra, el gigante alzó su brazo y lo dejó caer con violencia  sobre el rostro de Abelard.

-¿Qué demo...? - Antes de que el hombre pudiera darse cuenta de lo que pasaba, se encontraba retrocediendo y con una sensación de quemazón en el rostro producida por el rozamiento del brazo de aquel mastodonte.

- Uhm... eres rápido.

- Lo mismo digo. De haber acertado el golpe podría haber muerto. ¿Quién eres?

- No es asunto tuyo. Márchate de aquí y olvida lo que has visto.

- Me temo que no puedo complacerte. - Susurró Abelard mientras se sobreponía al ataque anterior.

Habían pasado muchos años desde la última vez que combatió por su vida, estaba herido y el tiempo le había pasado factura, pero Abelard había salido vivo de situaciones peores... O tal vez no.

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