Os voy a contar una historia, en ella no intervienen
trepidantes aventureros ni fantásticos seres mágicos, tampoco hermosas
doncellas ni grandes nobles .
La única protagonista de este humilde relato es una niña llamada Celes, que vivía junto a sus padres, ambos cazadores, en una pequeña cabaña en el bosque. Cada noche
miraba el cielo asombrada por las resplandecientes luces que este desprendía y
deseaba con todas sus fuerzas poder llegar algún día a tocar aquellos tesoros
celestes.
Una tarde en la que sus padres habían salido a buscar provisiones, un fuerte viento entró por la ventana y apagó la
lumbre, dejando a la niña a oscuras en la cabaña la cual, sin el calor que el
fuego la proporcionaba, pensó que aquella tarde ya no tenía motivos para
permanecer allí. Así que sin más ropa que un ligero abrigo del color de la nieve,
la pequeña abrió la puerta y comenzó a caminar hacia el interior del bosque.
A cada paso sus pies parecían más y más pesados y su cuerpo
inconscientemente luchaba por permanecer quieto hasta el punto que la pequeña
no pudo soportar el cansancio y se dejó dormir a los pies de un gran árbol.
Habían pasado pocas horas cuando Celes comenzó a abrir
lentamente los ojos, la noche ya se extendía hasta donde alcanzaba la vista y
el frío comenzaba a hacer mella en su delicado y pequeño cuerpo.
Después de levantarse y continuar caminando, la
pequeña llegó hasta un claro donde misteriosamente las estrellas del cielo que
siempre había deseado alcanzar se encontraban.
Inmóviles y pacientes, con un brillo tenue y siniestramente
bello, esperando ser observadas por alguien, aquellos pequeños puntos luminosos
iban ensanchándose a medida que la niña avanzaba hacia ellos con lentitud y
nerviosismo, intentando no hacer demasiado ruido para no asustarlas.
Cuando se hubo acercado lo suficiente extendió la mano con la
intención de coger una de las misteriosas luces que allí se encontraban. No
obstante, lo único que logró fue difuminar todas las luces, cuyo reflejo
descansaba en aquel pequeño estanque.
Con un suspiro, la pequeña levantó la cabeza hacia el cielo una
vez más y mientras una lágrima comenzaba a nacer lentamente en su ojo derecho,
se preguntaba si realmente era posible lograr alcanzar su sueño.
Poniéndose de nuevo en pie, dos luces provenientes de los
árboles atrajeron la atención de la pequeña, la cual comenzó a caminar hacia
ellas.
Las luces se movían al unísono y lentamente, deslizándose entre
los arbustos, mientras la niña no dejaba de mirarlas fijamente. Su sueño por fin
se vería cumplido, alcanzaría la luz que tanto deseaba- Quería tocarla, sentir
su calor...
Las luces se lanzaron fugazmente hacia ella mientras la
pequeña esperaba con los brazos extendidos poder agarrarlas, estaba ansiosa por
tener en sus manos aquello que llevaba deseando toda la vida.
Cuando las luces estuvieron lo suficientemente cerca, Celes
pudo darse cuenta, aquello que las luces reflejaban era su propio reflejo. Con
los ojos completamente abiertos y la mirada fija, se vio a si misma en un fondo
completamente oscuro, y entonces lo comprendió.
Lo que tanto deseaba, aquello
que quería alcanzar con todas sus fuerzas, hacía tiempo que lo tenía. La luz que
deseaba poseer era su propia luz, una luz que había latido siempre en su
interior, pero sus ojos, puestos en el mas allá no habían logrado ver.
Y por
primera vez la pequeña, bañada en un mar de sangre, fue realmente feliz, al saber
que su deseo se había realizado.
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